Espero no caer en la histeria y la desesperación propias del hincha que soy, pero hay que reconocer que la Unión Española de las últimas semanas ha hecho todo lo posible para sacarlo a uno del estado de serenidad que algunos consiguen en las vacaciones.
Sin haber visto todos los partidos en vivo (estuve en el Nacional para el duelo contra la U y en Santa Laura para los partidos contra Cobresal y Colo Colo) supongo que debo coincidir con la mayoría de mis colegas fanáticos en que nos falta lo más importante del fútbol: el gol. Dan como ganas de mandar al equipo a la pizarra a escribir 100 veces y con perfecta caligrafía la palabra “gol”, o mejor aun, la frase “los partidos se ganan con goles”.
Pero parece que el asunto es más complejo y, por cierto, la solución también.
Se podría decir más bien que nos falta tanto el gol como la puntada final para llegar al mismo, porque el equipo tiene la pelota, ronda y vuelve a rondar el área rival, se acerca y acecha, pero no hace la diferencia en los últimos metros, no hace daño y no convierte. No es, como ocurre en otras ocasiones, que el remate final se vaya desviado por milímetros, que el arquero la roce y la desvíe, que los delanteros anden en una mala racha, con la pólvora mojada, o que el balón dé caprichosamente en el palo o pique en el césped y cambie de trayectoria. Lo que ocurre ahora con la Unión es previo a ese espacio donde la fortuna tiene tanto que decir: nos falta profundidad, sorpresa, desequilibrio en los metros finales, presencia contundente en el área, capacidad para desbordar y abrir defensas, precisión en los centros, buenos remates de media distancia, ingenio para colar pases por pasillos improvisados, astucia para meterse por donde los defensas no pueden imaginar. Nos falta afinar todas aquellas cosas que normalmente preceden al gol. Y digo afinar, porque no me cabe en la cabeza que el cuerpo técnico y los jugadores no sepan dónde están fallando.
La pregunta es cómo se soluciona.
Los más radicales dirán que no tenemos los hombres para solucionar el entuerto, pero el caso es que el plantel ya está conformado y hay que arar con los bueyes que se tienen. Podemos pasar horas llorando a Canales y maldiciendo a Jaime, puteando a Ligüera y añorando a David Ramírez, pero no vamos a avanzar demasiado. (Aunque no sería malo que los dirigentes fueran pensando desde ya en algunos recambios o incorporaciones para mediados de año).
Lo urgente es pasar a la acción y, entre otras cosas, hay que dar de verdad una oportunidad a Kevin Harbottle, porque como dijo el ‘Toño’ Cumsille el domingo en la Cooperativa, más vale un tipo intermitente pero que genera goles, a uno parejito que no marca diferencias. Ligüera y el “Pipa” Estévez andan en baja y yo pensaría de verdad cómo ajustar las piezas a la espera de que recuperen un mejor nivel. En ese escenario, es momento de buscar nuevas fórmulas en ataque; tal vez sin la idea del 9 clásico. Mario Aravena es opción, pero tiene que entrar en ritmo; y además, no sé si los juveniles que tenemos en el primer equipo están preparados para interpretar el libreto que quiere el ‘Coto’ (que es muy similar al que mostrábamos con Luis Hernán Carvallo), lo que obliga a buscar otras variantes. En defensa quizás hay menos problemas para encontrar una línea titular, pero el drama es el recambio; y me temo que hay que comenzar a despedirse desde ya de Giovanni Espinoza. En el arco, creo que no hay dudas. Al menos en eso podemos estar tranquilos.
Lo que sí no transo este año es el estilo. Estoy a muerte con Sierra en la idea de ir adelante y de jugar bien. Pero hay que mejorar, porque esto no es sólo por competir.
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Por lo pronto, este jueves hay que asistir a Santa Laura con la fe del peregrino y con la ilusión de que en una noche se borren todas las dudas y todos los ripios que hasta ahora ha mostrado el equipo. Agrandarse frente a la adversidad es el camino de redención de los machos futboleros y Vélez es el rival perfecto para sacarse la mala racha.
Yo tengo ya mi entrada en el bolsillo y estoy pensando ir con mi hijo para su debut en Copa Libertadores, aprovechando que el partido es temprano (19.15 horas). Al fin y al cabo, lo único que uno, desde la tribuna, puede prometer es estar siempre ahí, generación tras generación.
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